El otro andaba pensando y creo haber encontrado el mayor temor de un mexicano: un libro. Y sonará absurdo, pero estoy completamente seguro de que así es. Seamos honestos, ¿cuántos de nosotros realmente tomamos al menos un libro con gusto e interés de leerlo? Y cuando ese milagro llega a pasar, ¿pasa cada mes, o cada año, o cada diez? Para colmo, cuando a muchos mexicanos se les ocurre leer un libro, terminan escogiendo algún best-seller barato y poco productivo como algo de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Paulo Cohelo, o libros como El código Da Vinci, El manual de la perfecta cabrona, entre otros. Vaya literatura estamos leyendo... o mejor dicho "basuratura".
Y es que en México no tenemos bien arraigada la costumbre de la lectura, y me refiero a una lectura como Dios manda. Nada de El libro vaquero o cosas de ese tipo que nada más llenan la mente de pendejadas. Es tan normal (y a veces risible, aunque siempre deprimente) ver cómo un mexicano es capaz de salir huyendo cuando ve un libro, y puede poner todas las excusas habidas y por haber con tal de no leerlo. Tan común es escuchar "A mí no me gusta leer", que de verdad me sorprendo cuando encuentro a alguien que de verdad lee por gusto, y lee cosas productivas y educativas.
A tal punto llega la ignorancia del mexicano, que el otro día vi una escena que me causó demasiada risa, a la vez que indignación. Caminaba por las calles del centro de esta ciudad cuando vi a un bolero sentado leyendo una revista para matar el tiempo mientras llegaba un cliente. De lejos distinguí la revista y me sorprendí, hasta me sentí orgulloso de gente como el bolero, ya que tenía la revista Proceso entre sus manos. "¡Vaya, un bolero culto que se interesa por su país!", fue lo primero que pensé al verlo. Pero, ¡oh, decepción! Al acercarme más noté que mi querida revista era sólo el disfraz elegante y presuntuoso para una de esas revistillas de historietas erótico/pornográficas (más pornográficas y vulgares a mi parecer) que tanto gustan a la gente promedio en México.
No sólo sentí decepción, sino también una especie de furia interior al ver lo bajo que llegaba la gente. Ser capaz de usar una revista de esa clase para esconder sus vicios secretos de pseudo-lectura. Sonaré arrogante, pero sentí en esos momentos unas ganas enormes de acercarme a saludar al bolero y preguntarle acerca de la revista, sus artículos y su opinión personal acerca de los mismos. Claro, mi verdadera intención era humillarlo ahí mismo por atreverse a fingir de esa manera tan baja y ruin.
Pero éste es sólo un mísero ejemplo de lo que se reproduce millones de veces a nivel nacional. Los mexicanos leemos poco, demasiado poco en comparación con otros países. Y a aquel que se atreve a leer más de inmediato se le tacha como un bicho raro y ratón de biblioteca. De inmediato es la expresión de asombro, incredulidad y a veces hasta miedo, sólo porque tenemos frente a nosotros a alguien que sí se atrevió a leer algo. Me pasó en las vacaciones pasadas, cuando le comenté a un amigo que me había leído once libros en como mes y medio. De inmediato puso una cara de asombro que casi se le cae la mandíbula al piso, y luego me tachó de loco por ocupar mi tiempo en eso. Quizá muchos como él lo ven como tiempo perdido, pero prefiero mil veces perder mi tiempo con un buen libro, verdadera literatura, que vagando sin sentido por las calles, o peor aún, por el Internet.
Los factores que nos han vuelto así son muchos, pero en lo personal siento que se los debemos más a la vida moderna. Antes, de una u otra forma, el índice de lectura en México era mayor que ahora. Si bien hay que reconocer que es bajo dada la tradición de analfabetismo que nos hemos cargado desde mediados del siglo XIX, con el tiempo su número debió subir en lugar de bajar. Pero nos hemos dejado llevar tanto por la vida moderna y la clásica pereza del mexicano, que ahora un libro nos asusta tanto o más que un fantasma. Hacemos lo que sea (buscar resúmenes, ver la película, que un amigo nos lo cuente) con tal de no leer un libro. Preferimos perder el tiempo en cualquier otra babosada, que emplearlo correctamente con un buen libro.
Sí, creo definitivamente que el libro (o la lectura, como lo quieran ver) es el peor temor del mexicano. Y lo más triste de todo es que no se hace mucho por combatirlo. En las escuelas se implantan programas, pero no se cumplen cabalmente ni son implementados adecuadamente. Recuerdo por ejemplo, mi primaria, donde existía un programa llamado Rincón de lectura, donde teníamos que seleccionar un libro y tratar de acabarlo en un semana. Mientras para algunos de nosotros era realmente una competencia (ya que había una tabla en el salón que llevaba el conteo de los libros de todos) por ver quién había leído más, para otros era sólo un mero trámite a realizar que ni siquiera tenía tal importancia como para realizarlo cabalmente. Y lo peor de todo, que en ocasiones algunas de las maestras dejaban pasar tales hechos por alto, sin ayudar a fomentar en todos los alumnos por igual el amor a la lectura. Así, con el tiempo, la lectura se volvió privilegio y placer de unos cuantos de nosotros.
Educación, como siempre, es lo que le falta al mexicano. Con educación, podríamos mejorar esos índices de lectura en el país. Pero ahora necesitamos algo más que simple educación, requerimos de voluntad. La voluntad de enseñarle a nuestros niños, la voluntad de nosotros mismos leer más, la voluntad de aprender a diferenciar entre un buen libro y un libro basura comercial. Quizá parezca difícil, pero la guerra la podemos ganar si nos lo proponemos. Con un esfuerzo conjunto de las escuelas, los padres de familia y los medios, es posible volver a generar en nuestros compatriotas ese amor perdido por los libros. Y quizá algún día, con algo de suerte, dejemos a Carlos Cuauhtémoc Sánchez en la ruina con su montón de libros.
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